SINE QUA NON
- Emilio Santisteban

- 28 oct
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Actualizado: 31 oct
Revista Prótesis, diciembre 2005,. Lima: PUCP. Emilio Santisteban
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Actuar sobre el desarrollo de la sociedad desde las profesiones es la razón de ser del principio de cátedra libre que justifica una facultad universitaria. Pendiente su seria adopción en los estudios de arte en Lima, la performance es una “especialidad” con ventajas comparativas si la Facultad de Arte de la Pontificia Universidad Católica espera algún día llegar a imprimir su sello más allá del campus, a través y por encima del ingrávido medio artístico.
Se trata de una manifestación potencialmente efectiva y altamente desarrollada, que ha nacido en canales paralelos como el del cabaret teatro de fines del siglo XIX, la poesía y la plástica de comienzos, la danza, la música y la conceptualidad de mediados, y las comunicaciones, ciencias y tecnologías de finales del XX. Complejas historias finalmente convergentes que dejan en outside la primariosa idea de que performer es el que no pinta, o frases como la que alguna vez me dijo una respetada coreógrafa amiga señalando que “si la performance nace de la danza, qué tienen que estar ustedes los artistas plásticos haciendo performances cuando de eso no saben nada”, o aquellas expresiones limeñas que llaman “performance” a cualquier obra teatral más o menos improvisada o multimedial que visualmente se parece a algo que los libros de historia del arte llaman performance, a la espectacularización gratuita del cuerpo de un artista plástico o a la aspaventosa y vociferante conferencia de un crítico de arte. Definiciones limeñas de performance que tal vez colaboren –de la mano con una aplastante noción de herencia paterna y no pocos miedos a lo desconocido- en la postergación de ésta en los programas académicos universitarios.
El término francés performance -de género femenino- empezó a usarse en inglés en el siglo XVI. Su origen en el latín per formare, que refiere a dar forma sobresalientemente o enfáticamente a algo, realizar una cosa de modo notorio y excepcional (per: enfáticamente a través de, excepcionalmente por. Formare: exhibir, realizar producir.), y que refiere también a dar forma necesariamente (entre los griegos antiguos la forma es indispensable como camino a la idea, y llegar a la idea urge) ha ido mutando para señalar desempeño, ejecución, actuación (ejecutar un acto), representación (actuación teatral), espectáculo, y juego (Homo luden, del historiador Johan Huizinga, publicado en 1954). En arte este vocablo ha acabado por reemplazar, hegemónicamente desde 1980 más o menos, a otros que designaron en su momento manifestaciones parecidas entre sí pero no idénticas. Entre los términos que reúne bajo su sombra están happening, evento, acción, body art, arte concreto, arte de guerrilla, arte interactivo, actividad, acción fluxus, demostración, live art, arte directo, arte procesual, ceremonia, ritual, arte de funcionamiento, acción plástica, etc. Nosotros preferimos de lejos el término acción por ser abarcativo (incluso no hacer es un modo de actuar), y principalmente por carecer de ese hálito de espectáculo escenificado que tiene la palabra performance pese a no ser una condición estricta del género. A pesar de dicha preferencia basada en que, como veremos, el género busca la fusión con la vida y no ese paréntesis que en ella produce el acudir a un espectáculo, reconocemos que una acción será una acción de arte en la medida en que tenga esa cualidad –que llamaremos performancia -de dar forma de modo simbólicamente eficiente, y por ende notable, notorio. Más precisamente, que tenga la cualidad de necesariamente dar nueva forma, pues ¿qué puede ser más eficiente, notable y notorio que un suceso que se hacía indispensable y que deja algo deforme reformado?.
Con la advertencia hecha al inicio de que la performance actual hereda de las experiencias performáticas llevadas a cabo en varios campos del arte, vamos a razonar aquí -por limitación y no por exclusión- sólo alrededor de la performance en el canal de las artes conceptuales, rozando otros en sus convergencias con éste. Podría pensarse que dicho canal es un tramo del de las artes plásticas o el de las visuales, pero en gran medida las artes conceptuales se desarrollan también desde la literatura y desde la música académica experimental en una orgiástica cópula múltiple que ha dado en la conceptualidad un vástago de paternidad indefinible. Y el vástago tiene propia vida, como todos sabemos. Por eso es que por ejemplo no tomamos en cuenta los espectáculos surrealistas y del Movimiento Dada de principios del siglo pasado, a los que consideramos -reconociendo eso sí que se trata de una zanja relativizable- antecedentes de la performance en los canales de la plástica y de la poesía antes de que decantaran –aunque en el proceso de hacerlo- en la conceptualidad.
Podemos decir que aunque el término no empieza a aplicarse en el sentido actual sino después de 1967, la performance del canal conceptual -con su tendencia a la puesta en escena, elevado convencionalismo profesional y articulada multidisciplinariedad desarrollados a lo largo de la década de los ochenta- aparece desde nuestro punto de vista en estricto en 1960 con una segunda versión de Anthropométries de Yves Klein, obra gestada en 1958. La performance propiamente dicha evoluciona a partir de manifestaciones que responden a nociones diferentes. Así, el concepto evento -nacido en 1952- da lugar a finales de los cincuenta al happening posteriormente desarrollado, concatenado y también atomizado entre los años sesenta y setenta
en conciertos fluxus, aktions, body art, etc, los que a su vez derivaron en la performance ochentera y noventera que se derrama en la interactividad digital, la cyber performance, la net-performance y un larguísimo etcétera de los noventa y primeros años de nuestro siglo.
Pese a las peculiaridades que encierra cada noción, una performance específica no necesariamente es algo realmente distinto a un body art, una acción, una net-performance, etc. Cada obra en concreto puede asociarse a más de una de las especificidades mencionadas, y en realidad la expresión la performance con frecuencia acaba engullendo retrospectivamente eventos, happenings y acciones tanto como otras formas de arte de proceso. Podemos decir que una performance en todo caso se define como tal por su cualidad performática, por su grado y tipo de performancia. Ésta implica múltiples intersecciones de posibilidades, siendo imposible sistematizarla de modo funcional e integral en tan breves líneas dado que se trata de una cualidad expansiva y en permanente automovilidad. Sin embargo intentaremos dar un primer paso desde la oposición entre modificación y situación1.
La palabra performance se traduce en otros ámbitos como desempeño, y la performance de arte desempeña desde el arte, actúa en una situación dada como la performance de un automóvil en un rally: así como el vehículo deportivo se modifica -desplazándose, calentándose, manchándose, disminuyendo su carga de gasolina, etc- mientras modifica la situación -haciendo marcas en el suelo, salpicando lodo, alterando la posición relativa de los otros vehículos, etc-, una performance de arte es efectiva sobre la situación en que actúa y sobre sí misma. En ella no necesariamente existe una clara separación entre acción y situación, acción y actuante, situación y actuante, actuante y espectante2; y por trillado que suene, esta indiferenciación hace que la performance actúe sobre la vida siendo ella misma vida. Su efectividad modificatoria está en consecuencia condicionada por una necesidad de modificación, de intervención, de pasar a la acción. La performance tiene así un componente ético medular sin el cual no es.
Ensayemos una estructura de análisis y diseño de performancia. Pongámosle un eje vectorial troncal y múltiples ejes vectoriales transversales. El troncal modificación – situación (modificación arriba, situación abajo) nos permite visualizar el grado de performancia de una obra. Toda obra de arte, la que sea, se encuentra en algún punto a lo largo de este eje, de modo que cuanto más se defina hacia arriba más cerca de ser performance estará (afiches con consecuencias reales o potenciales, y acciones propiciatorias socialmente replicables, por ejemplo); por el contrario, cuanto más próxima podamos encontrarla a mantener la situación, más cerca estará de ser un objeto inerte (por ejemplo coreografías-canapé de vernissage, cuerpos de escaparate o congraciantes "performances" de ebriedad entre y ante “la gentita” del manejo privado de la cultura pública). Así entendido, no todo lo que “se mueve” es performance, y no todo lo que parece objeto carece completamente de performancia. Los demás ejes, transversales al de modificación – situación, se ubican a diversas alturas (unos son naturalmente más performáticos que otros), algunos son perpendiculares al eje troncal (ambos extremos vectoriales son igualmente performáticos), otros lo atraviesan diagonalmente (un extremo vectorial es más performático que el otro). Sin agotarlos podemos señalar algunos, cada uno aplicable por igual a la estructura significante o sensitiva (ambas entretejidas), a la formal o a la pragmática (entretejidas entre sí también) –las cuatro interconsecuentes- aunque por naturaleza basado cada cual más en alguna de ellas en particular:
1 Preferimos modificación a transformación porque esta última puede verse asociada a la idea de forma en cuanto a apariencia sensible a los sentidos, lo que sería limitante en este caso. También porque modificación es aportar un modo de ser o estar, o de pensar. Al decir situación nos referimos a estar en un sitio o encontrarse en un contexto bajo condiciones específicas, pero también situarse de un modo, ser de una manera, encontrarse en un estado.
2 Puede darse la acción simple de ser o de estar de un modo, en un estado o en una situación, como cuando Dennis Oppenheim realizó en 1970 su Postura para leer para quemaduras de segundo grado, permaneciendo cinco horas bajo el sol con un libro abierto en el pecho. El actuante puede limitarse a espectar lo que hacen los demás y estar a la expectativa respecto a sus reacciones ante una situación, convirtiéndolos en actuantes de la performance, como es el caso de The American Moon realizada en 1960 por Robert Whitman invitando al público a caminar por túneles que los condujeron a un espacio central, o como tantas performances de aquí y de allá que básicamente consisten en generar expectativa de cuanto aguantará el artista ahí colgado, ahí hundido, ahí encerrado, ahí amenazado por la muerte.
3En 1958 Yves Klein presenta en Galerie Iris Clert de Paris Le Vide. Un Agente de la Guardia Republicana francesa cuida la entrada en la inauguración a la que acudieron 3,000 personas para ver la sala absolutamente vacía. La acción la hace el público, aunque el artista haga su parte al “burlarlo” y a través del guardia. Tal vez no se trata es estricto -en un sentido histórico- de una performance, sino de un happening por su relativamente baja puesta en escena y porque el peso está en la re-acción improvisada del público, el cual recibe la “instrucción” del artista a través de ser convocados al vernissage; sin embargo desde la lógica de la performancia estructural queda abarcado.
4 Nuevamente Yves Klein es aquí un fundador. Su Salto al vacío de 1960 es una performance en la que la galería de arte y la espectacularidad en vivo son sustituidos por la ventana del departamento de la galerista Colette Allendy y la fotografía, y en la que el cuerpo (y el acto) ausente es remplazado por el fotomontaje noticiante de un hecho ficticio pero igualmente significativo. Esta ausencia del cuerpo, supuestamente a punto de hacerse añicos lanzándose de un edificio, vendría a ser además una forma de body art a contramano. En este caso la ausencia del acto es de algún modo el acto de trasfondo, como es la obra la ausencia de la obra en Le vide.
Nuestra inacabable estructura de análisis y diseño de performancia es aplicable por igual a performances que privilegian el trabajo con el cuerpo del artista (altas endoartistización, materialidad, corporalidad y egocentralidad, y con frecuencia también altas, espectacularidad, sensorialidad y escenificación, y las más de las veces no tan lejos de la situación y por ende poco performáticas en realidad), a las que prefieren trabajar con la acción de los demás3 (propensas a mayor espacialidad, egoperimetralidad, inserción, colectividad y socialidad), o a aquellas en las que no hay un cuerpo perceptible presente4 (muy altas mediatización, inmaterialidad, excentricidad, ocultación y asensorialidad. A veces también alta inserción y tendencia a la exoartistización). Podremos pensar en las provenientes de la tradición de la danza lo mismo que en las provenientes de las artes conceptuales o las de origen tecnológico. Da lo mismo, la estructura sirve igual como norte conceptual y como “paleta” para diseñar obras performáticas sin carecer de técnica ni de referentes, sin caos e indeterminación, pero también sin muletillas dictadas por el Régimen del arte. Sólo es necesario reconocer la situación a modificar ¿Por dónde empezamos?.
Emilio Santisteban







