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Desatorador, performance intervención, 1990—2005—2020.

Emilio Santisteban

Artista de performance duracional

Desatorador. performance de Emilio Santisteban
Performance Desatorador de Emilio Santisteban

Foto © Carola Requena 1990

Performance Desatorador de Emilio Santisteban

Foto © Sergio Urday 2005

Performance Desatorador de Emilio Santisteban

Foto © Sergio Urday 2020

Iniciada en 1990 y concluida en 2020, Desatorador constó de tres actividades separadas por dos períodos de quince años de inactividad. Su performatividad se halla en una ritualidad mínima que instaura, en lo público, el sentido de una rutina doméstica de higiene para conjurar una suerte de limpieza ética en los vínculos entre sociedad civil y estado.

En las actividades, que tienen una duración de tres días de jornada completa, caminé por la gran Lima Metropolitana con un desatorador sanitario que constituye el instrumento intermedio del performativo que enuncia la performance, procediendo con él a succionar mi pecho (la ciudadanía), la casa paterna (en 2020) y las fachadas de edificios representativos de poderes estatales, entidades de control y ejecutoras sectoriales, empresas financieras, industriales, comerciales, de servicios, mediáticas y culturales, asociaciones comerciales, organizaciones políticas y no gubernamentales, iglesias, institutos de educación superior y universidades, así como de las fuerzas del orden.

El esfuerzo de caminar largamente durante días enteros, el desatoro sobre el propio pecho, y la reiteración permanente de la acción señalan la responsabilidad que cada generación de ciudadanos de a pie tiene en la cultura política y cívica del país desde el propio hogar hasta las más altas esferas del poder.

Un rasgo de communitas, aunque pálido, puede asomar en sentimientos de complicidad que puedan surgir entre los transeúntes, ante la elocuencia de performar una desobstrucción social, cultural y política. Está presente también el riesgo de la simbolización infortunada, del desentendimiento ciudadano al culpabilizar a otros de aquello —llámese subdesarrollo, inequidad, ineptitud, dificultad, corrupción, etc.— cuyo desatoro se conjura en la actividad. En la tensión entre ambas, communitas y culpabilización, se halla la lucha entre performance e infortunio a cada paso, entre estación y estación de la conducta desatoradora. Y es allí que se encuentra el drama.

 

Por otra parte, los períodos de inactividad se disuelven en cierta inercia ciudadana histórica, lo que hace de cada actividad un re-intento intergeneracional de subvertir, mediante un conjuro, el fracaso de nuestra sociedad política.

Begun in 1990 and completed in 2020, Desatorador consisted of three activities separated by two periods of fifteen years of inactivity. Its performativity is to be found in a minimal ritual that establishes, in the public sphere, the sense of a domestic routine of hygiene to conjure up a kind of ethical cleansing in the links between civil society and the state.

In the activities, which last for three full days, I walked around the great Metropolitan Lima with a sanitary plunger that constitutes the intermediate instrument of the performative that enunciates the performance, proceeding with it to suck out my chest (citizenship), my father's house (in 2020) and the façades of buildings representing state powers, sectoral control and executing entities, financial, industrial, commercial, service, media and cultural companies, trade associations, political and non-governmental organisations, churches, institutes of higher education and universities, as well as the forces of law and order.

The effort of walking for long days on end, the unburdening of one's chest, and the permanent reiteration of the action point to the responsibility that every generation of ordinary citizens has in the political and civic culture of the country from the home to the highest spheres of power.

A trait of communitas, albeit pale, can be seen in the feelings of complicity that may arise among passers-by, in the eloquence of performing a social, cultural and political deobstruction. There is also the risk of unfortunate symbolisation, of citizen disengagement in blaming others for that which - be it underdevelopment, inequality, ineptitude, difficulty, corruption, etc. - whose unblocking is conjured up in the activity. In the tension between the two, communitas and blaming, we find the struggle between performance and misfortune at every step, between station and station of the de-blaming behaviour. And therein lies the drama.

 

On the other hand, periods of inactivity dissolve into a certain historical civic inertia, which makes each activity an intergenerational re-attempt to subvert, by means of an incantation, the failure of our political society.

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