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我们都有吃饭的权利 
Puno/Lima/Berlín, 2020 — 2022.

我们都有吃饭的权利, obra comisionada por Institut für Auslandsbeziehungen, Alemania. Incluida en la muestra Pallay/Pampa. Andean crossroads, curaduría de Lizet Díaz Machuca. IFA Galerie, Berlin, 15 septiembre 2021 — 02 enero 2022 / Berlin Art Week, septiembre 17 - 19 2021.

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我们都有吃饭的权利 es una instalación en la que más de trescientas papas constituyen presencias biológicas (cuerpos no humanos) que performan el lenguaje humano que intenta definirlas y comprenderlas.
 

El lenguaje -es decir, el logos de la especie humana, su forma de entender el mundo- está presente a través de una narración. Dicha narración está inscrita, palabra por palabra, en cada una de las papas que componen el conjunto. Proviene de un campesino indígena del altiplano andino llamado Santos Vilca Cayo, y se refiere a la alimentación y a la forma en que él y su comunidad entienden la vida humana como un todo, integrado con todo lo que existe, incluidas las enfermedades. Es una cosmovisión en la que todo vive, en la que incluso la muerte es vida. Sin duda, surge de los fundamentos del "Buen Vivir" que guían la vida de los pueblos indígenas: unidad integral y armonía del mundo, armonía, reciprocidad y redistribución entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza, solidaridad y servicio mutuo entre los seres.

 

Cuando digo que el lenguaje es performado por la acción de esas papas, quiero decir que, incluso en una narrativa cuyo discurso propone la plena armonía en la vida, esas papas que son claramente la vida, instauran en el lenguaje humano un sentido desconcertante: el pensamiento humano, por muy comprensivo que intente ser con la vida, acaba hiriéndola, y la vida responde de tal manera que el equilibrio se restablece cuando el daño humano muere. En estas papas, el lenguaje no puede dejar de ser una herida destinada a convertirse en una cicatriz, así como la vida no puede dejar de matar, y la muerte no puede dejar de dar vida.

 

Paradójicamente, la muerte vive: mientras estas papas matan al lenguaje, haciéndolo cada vez menos legible y convirtiendo en cicatriz la herida que les ha causado, ellas mismas dejan de ser alimento y se convierten en algo que, al morir, quiere germinar nueva vida.

 

En medio de esta tensión entre el lenguaje y la naturaleza y entre la vida y la muerte, también hay tensión entre la agricultura y la agroindustria, ya que no se trata de papas autóctonas de los Andes, sino de papas Adretta, es decir, papas desarrolladas industrialmente en la RDA durante la Guerra Fría y producidas en millones de toneladas al año en la Rusia actual.

 

También es evidente el desajuste entre geosistema y geopolítica: el texto que encabeza estas papas desde la pared nos dice, aunque no podamos entenderlo, que "todos tenemos derecho a comer". Está escrito en el idioma que habla China, el gigante productor de papas contra el que luchan las demás potencias económicas del mundo para no perder su poder sobre la vida y la muerte.

 

Tener derecho a comer, en la perspectiva de los pueblos indígenas, no es sentirse destinado a ejercer un poder depredador sobre otras vidas entendidas como cosas de las que obtener bienestar. Tener derecho a comer, desde una visión aprehendida desde el "Buen Vivir" indígena, implicaría cuidar y nutrir aquellas vidas que nos dan vida, y en reciprocidad ofrecer humildemente nuestra muerte a todas las vidas.

Pero no seamos románticos, no nos ilusionemos fácilmente. A la mirada esperanzadora que quisiéramos lanzar hacia el mundo indígena para obtener de él las claves para recuperar el equilibrio de la vida se opone no sólo la suma de miles de millones de egoísmos individuales, sino algo significativamente mayor y más monstruoso: la imposición de desencuentros globales entre identidades sociales y nacionales, entre modelos culturales de pensamiento, sentimiento y comportamiento, entre la humanidad y la diversidad del mundo en las interminables batallas homogeneizadoras del capitalismo transnacional.

Foto © Victoria Tomaschko.

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Foto © Victoria Tomaschko.

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Foto © Victoria Tomaschko.

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Foto © Victoria Tomaschko.

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Foto © Stefano Ferlito

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Foto © Emilio Santisteban

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